jueves, 5 de marzo de 2009

Mi impresión sobre...Días de vino y rosas


Ayer mismo me deje caer por el teatro Lara para ver la adaptación teatral de Días de vino y rosas que allí se esta representando desde hace algunas semanas y cuyos protagonistas son Carmelo Gomez y Silvia Abascal. Hace años Jack Lemmon y Lee Remick protagonizaron una versión cinematográfica que recomiendo a todo aquel que no la halla visto, ya que sus interpretaciones en esa peli son realmente memorables.

Personalmente siempre me ha llamado mucho la atención el teatro, aunque no voy tanto como me gustaría por una parte por motivos económicos y por otra porque me resulta sorprendentemente difícil encontrar títulos en la cartelera teatral de Madrid que me llamen realmente la atención.

Esto último es porque usualmente en la propuesta teatral madrileña se ven los dos extremos. O representaciones de obras de teatro clásicas al estilo Lope de Vega o Shakespeare, que sinceramente prefiero leer a ver porque a día de hoy la mayoría de las veces su representación produce sonrojo. No me entendáis mal. No es que las obras en si produzcan sonrojo, ni mucho menos (¿quien podría decir eso de Hamlet o Fuenteovejuna, por poner dos ejemplos?). Es más bien que interpretadas a día de hoy usan un lenguaje tan alejado del actual que el espectador pasa más tiempo intentando entender que demonios quieren decir los personajes que implicándose emocionalmente en la obra, con lo cual el resultado es de un manifiesto desconcierto entre el público y una inevitable desvirtuación de los valores intrínsecos del teatro, cuyo objetivo es transmitir y emocionar al auditorio sin cortapisas. Leyendo esas obras se entienden y disfrutan perfectamente. Viéndolas en teatro dejan algo frío, para que mentir.

El otro extremo es el de obras de teatros "modernas" con mensajes tan intrínsecamente profundos (estoy siendo irónico) y desarrollos y puestas en escena tan grandilocuentes que finalmente dejan en el espectador una curiosa sensación de vacío emocional, debida principalmente a que cualquiera ve que tras la pretendida profundidad de la obra no hay más propuesta que la del humo que nos ha querido vender el autor del texto y del montaje. Tengo especial manía a estas obras que tienden a usar todo tipo de artificios para al final no acabar diciendo nada. El teatro hay que sentirlo, no que pensarlo. A ver si lo aprenden de una vez ese hatajo de supuestos "innovadores" amantes de pretender que su público es idiota cuando los únicos idiotas reales son ellos. Por mucho cine irano-pakistaní que vean y muchos chiflos que se fumen para parecer guays.

Bueno, lo peor es cuando aparecen iluminados que mezclan textos clásicos con puestas en escena "modernas" y que consiguen que el espectador medio (el que no va de cultureta de El País semanal, vaya) casi se corte las venas por la banalidad de su "obra".

El teatro hay que sentirlo. Una bueno obra teatral interpretada por buenos actores te tiene que emocionar. Si no la misión del teatro se torna fallida. Es tan simple como eso. Y esa simpleza tan difícil de conseguir es lo que tenemos con la obra que da título a este post. El montaje escenográfico en sí quizás no fue del todo de mi agrado. La acústica del teatro Lara es de risa, para que mentir. Y los asientos la cosa más incómoda que te puedas imaginar.

Todas estas pegas dieron absolutamente igual. Desde el primer momento el trabajo de Carmelo Gomez y Silvia Abascal te atrapa. Apoyándose en un texto muy bien estructurado que se queda con lo importante de la historia original y cuyo auténtico protagonista es el alcoholismo de los dos personajes que aparecen en la obra, lo adapta a un entorno más cercano al espectador español (aunque la historia se desarrolle en Nueva York, si vais a verla sabréis lo que quiero decir) ambos actores realizan todo un ejercicio de interpretación que, literalmente, corta la respiración. Nunca había visto a ninguno de los dos en teatro, pero os aseguro que no me perderé sus futuras obras. Se revelan en las casi dos horas que dura la función como dos figuras con una calidad interpretativa con poquitos rivales, y la historia en si discurre ante el espectador con una plasticidad y naturalidad apabullantes. Actuaciones como las de estos dos protagonistas engrandecen al teatro como este se merece.

En resumen, tanto si os gusta como si no os gusta el teatro os recomiendo encarecidamente que vayáis a verla. Si os gusta disfrutareis como enanos. Si no os gusta, cuando salgáis seguro que os empieza a molar.

He dicho.

1 comentario:

vcucho dijo...

Pues chico, me ha picado el gusanillo.
A mi el teatro si me gusta ir,pero como me sucede con el cine,no entiendo si está bien o mal.Lo único que sé, es si me ha gustado o no.
Pero si se me presenta la oportunidad,seguiré tu recomendación de ir a verla.