miércoles, 28 de julio de 2010

Carta del indio salvaje

Hoy toca ponerse en plan sentimentaloide. Los que me conoceis bien sabeis que siempre me han interesado las culturas que nos dan una visión distinta de nosotros mismos y del mundo, que nos hacen ver que otro mundo hubiera sido posible de no ser por nuestro obseso culto al dinero y la propiedad del que, para que mentir, todos somos cómplices a día de hoy. Pero ha habido otras formas de ver la vida que nos hacen ver que otro mundo hubiera sido posible de no ser por nuestro tradicional y salvaje (el nuestro si que si) eurocentrismo. Seguramente a día de hoy suene pasado de moda e incluso algo ingenuo, pero no creo que sea imposible dar marcha atrás y aprender algo de esas sociedades que de una u otra forma hemos destruido y parecemos empeñados en seguir destruyendo. El cómo no lo se, eso corresponde pensarlo a gente más adecuada y preparada que yo, que al fin y al cabo soy un ignorante más. A continuación adjunto uno de los discursos más bellos que jamás se han pronunciado (en mi opinión) y que deja bastante clara la diferencia entre una de esas culturas conquistadas por nuestra "superioridad" (en este caso la de los indios norteamericanos) y la muestra propia. Evidentemente muchos la conocereis. A los que no solo os pido que la echeis un vistazo y, si os ayuda a reflexionar un poco, mejor que mejor. Gracias por anticipado.

El gran Jefe de Washington ha mandado hacernos saber que quiere comprarnos las tierras, junto con palabras de buena voluntad.

Mucho agradecemos este detalle, porque de sobra conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad.

Queremos considerar el ofrecimiento, porque también sabemos de sobra que si no lo hiciéramos los rostros pálidos nos arrebatarían las tierras con armas de fuego.

¿Pero como podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? ...

Esta idea no resulta extraña, ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros, ¿cómo podrían ser comprados?.

Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, la hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos, son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas,

Nuestros muertos en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella y la flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos, las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre. Todos pertenecen a la misma familia.

El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino, que también, representa la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos tendríais que recordar que son sagradas y así recordárselo a vuestros hijos.

También los ríos son nuestros hermanos porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran los peces, además cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuentan los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes.

El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Sí, gran jefe de Washington, los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos.

Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y que también lo son suyos, y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser, tanto le da un trozo de tierra u otro, porque no la ve como hermana, sino como enemigo, cuando ya la ha hecho suya la desprecia y sigue caminando, deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Secuestra la vida a sus hijos y tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos, son olvidados.

Trata a su madre la tierra, y a su hermano el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devora la tierra, dejando detrás solo un desierto.

No lo puedo entender, vuestras ciudades hieren los ojos del hombre piel roja. Quizás sea porque somos salvajes y no podemos comprenderlo.

No hay un sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto. Quizás es porque soy un salvaje y no comprendo bien las cosas.

El ruido de la ciudad es un insulto para el oído, y yo me pregunto: ¿Que clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la balsa?.

Soy un piel roja y no lo puedo entender. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aroma de pinos.

Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por la pradera, entonces todavía estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo, porque nosotros amamos nuestro país como ama el niño los latidos del corazón de su madre.

Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendría que poneros una condición, que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos.

Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco.

Soy un salvaje y no comprendo como una maquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir

¿Que puede hacer el hombre sin los animales?

Si todos los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad, todo lo que pasa a los animales muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas.

Debéis enseñar a vuestros hijos, lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre.

Todo lo que le ocurre a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra, si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.

De una cosa estamos bien seguros. La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo va enlazado, el hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo.

Lo que hace con la trama, se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizás seamos hermanos. Ya veremos.

Sabemos una cosa, que quizás el hombre blanco descubra algún día:

Nuestro dios es el mismo Dios.

Vosotros podéis pensar ahora que él os pertenece, lo mismo que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan, pero no es así. Él es el dios de todos los hombres y su compasión alcanza por igual al piel roja y al hombre blanco.

Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y se daña y se provoca la ira del Creador.

También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida solo es uno de esos hilos y esta tentando la desgracia si osa romper esa red. Todo está ligado entre sí, como la sangre de una misma familia.

Si ensucias vuestro lecho cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos, pero vosotros caminareis hacia la destrucción rodeados de gloria y espoleados por la fuerza de un Dios, que os trajo a esta tierra y que por algún designio especial, os dio dominio sobre ella y sobre la piel roja, ese designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos porque se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de los exuberantes colinas con cables parlanchines.

¿ Dónde está el bosque espeso? ... Desapareció

¿ Dónde está el águila ? ... Desapareció

Así se acaba la vida y solo nos queda el recurso de intentar SOBREVIVIR.

Carta dirigida por el Jefe indio Seattle, Gran Jefe de los Duwamish, al 14º presidente de los EE.UU, Franklin Pierce.

Pronunció este discurso ante Isaac Stephens, Gobernador del Territorio de Washington, en 1855, se escondió y no se publico hasta 1887, treinta y dos años después.

1 comentario:

vcucho dijo...

Que carta más idealista,no?.

Cierto es que no somos nada,ante la madre naturaleza,que es la que nos hace vivir,si ella desaparece nosotros vamos con ella.Gracias a ella nuestro corazón se mueve,pero también es capaz de pararlo para siempre.

La verdad es que el hombre es un animal salvaje y despiadado.No conozco a ningún ser vivo que mate a otro de su especie,porque si,porque en su ropa lleve un color diferente o por que su peinado,su raza u otra cosa.

Y es que a esto se le puedes aplicar muchos refranes:"pagan justos por pecadores","la avaricia rompe el saco".....

Bajo mi opinión,no sé si lo veré o no,pero nuestra madre, se cabreará y nos expulsará. Destruir tu propia casa.....acojonante.