martes, 10 de febrero de 2009

Madrid, Madrid

Decía Ismael Serrano (si, me gusta Ismael Serrano, ¿qué pasa?) que uno acaba irremediablemente enamorado de la ciudad en la que habita. Muy bien elegido el último verbo, por cierto. Y cierto es que las grandes ciudades tienen un encanto especial que solo una serie determinada de personas parecen capacitadas para asimilar. Afortunadamente para mi, yo soy una de esas personas.

A menudo me encuentro con gente, sobre todo en mi trabajo, que viven en algún pueblo en la sierra o incluso fuera de la provincia de Madrid, y todo su empeño parece ser convencerme de lo fantásticamente que viven allí, donde se respira paz, tranquilidad y una larga retahíla de ventajas que, en su opinión, Madrid no tiene. Es curioso, pero nunca ninguno de estos defensores de su propia idiosincrasia ha parecido percatarse de que en ningún momento me he arrojado a una defensa de las virtudes de mi ciudad, porque para mi es MI ciudad, tan apasionada como la suya. De hecho, ante cualquier conato de ataque al ritmo de vida de Madrid la mayoría de veces mi única reacción ha sido una media sonrisa o como mucho un lacónico "a mi me gusta", comentada con la seguridad de aquel que sabe que no necesita ninguna defensa ante afirmaciones que solo tienen como caldo de cultivo opiniones ajenas. No estoy con esto desmereciendo esas opiniones, más bien al contrario, les concedo suficiente dignidad como para no sentir la acuciante necesidad de rebatirlas. Como todo en esta vida, se reduce a puntos de vista.

Me permitiréis así que, recogiendo el anterior razonamiento, manifieste abiertamente que mi punto de vista es básicamente el de un enamorado de Madrid. La riqueza de una gran ciudad como esta para mi es lo que le infiere un carácter tremendamente frío cuando las circunstancias vienen mal dadas pero también increíblemente cálido en esos breves momentos en los que te permite conocer personas que te reconcilian con el mundo (si, eso también o decía Ismael Serrano). No es tanto el enorme número de servicios que tiene Madrid, aunque bien mirado apenas tienen parangón en el resto de la geografía española, sino el enorme número de formas de vivir, de personalidades y de planteamientos vitales que ofrecen sus habitantes. Por eso no puedo sino ser un ferviente admirador de la inmigración que estos últimos años ha recibido esta ciudad y ante la cual los típicos macarras de la moral se han echado las manos a la cabeza con una serie de argumentos tan escuálidos como peregrinos. Personalmente considero que los inmigrantes, sean de Cuenca o de Australia, enriquecen una ciudad ya de por sí tremendamente rica y compleja, y que deben ser motivo siempre de celebración.

Cuando voy paseando por Madrid y paso por la calle Montera veo toda una colección de putas, chulos y ex macos o aspirantes a macos, o paso por el Palacio Real y veo parejas de enamorados dando vueltas sin tener una dirección fija, o por el rastro los domingos por la mañana y veo a un sinnumero de tenderos continuando una tradición casi más antigua que la ciudad, o en el metro cualquier día por la mañana y veo una cornucopia de personas caminando por pasillos y escaleras, cada uno con sus preocupaciones, sus grandezas y miserias, no puedo dejar de pensar que a una ciudad con tal número de diferencias, una ciudad capaz de saltar de lo mejor a lo peor en apenas un latido no solo no es una mala ciudad, sino todo lo contrario, es una oportunidad constante de conocer a las personas un poquito mejor. Como se suele decir, si en la variedad esta el gusto, en Madrid habita este gusto multiplicado por diez mil. Solo puedo decir; ¡Gracias, Madrid, por ser como eres! Espero que lo sigas siendo mucho tiempo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy emotivo el elogio... Tambien dice Sabina que siempre hay un tren que desemboca en Madrid. Yo escribo desde la panorámica compleja que siempre ofrece el exilio, y la verdad es que cuando la distancia impone su criterio, a menudo se disipan los pequeños roces que surgen con la convivencia. Madrid siempre me abre los brazos de par en par cada vez que me atrevo a regresar con fugacidad y alevosía, cada vez que desemboco sin azar en mi pequeña porción de patria y extrarradio y me encuentro con una ciudad que me recibe en pijama. Porque Madrid nunca oculta su rostro de quien quiere mirarlo. Un solo rostro que suele ser muchos rostros cuando pienso en los muchos cómplices que habitan sus entrañas, que me quitan el sueño algunas noches de desvelo y que comparten un corazón en los huesos, algunos sueños sin complejos y toda una vida de encuentros y desencuentros.

Gracias por el texto. Un abrazo de un vallekano en el exilio.

Salud!

vcucho dijo...

Bukanero,ya sé quien eres,joe que bueno leer esas palabras en el exilio, y me alegro saber que hechas de menos a Madrid.
Tanque tio que te ha dado,jajajaja.
A mí también me gusta Madrid,pero no solo la capital,sino toda la Comunidad, que tan solo le falta el mar para ser completamente la mejor ciudad del mundo.Si tuviera mar sería como España,con muchísima variedad en todos los sentidos posibles.
He de reconocer, que algunas veces no me gusta Madrid,pero es mi ciudad,donde he nacido,donde he crecido,donde vivo y quien sabe donde acabaré mis días.
I love Madrid, del norte al sur y del este al oeste.