miércoles, 6 de enero de 2010

De finales buenos y malos...

Me comentaba un amigo no hace demasiado lo mucho que le había gustado la película "El secreto de sus ojos" y lo mucho que, en buena lógica, me la recomendaba. Como suelo hacer caso a ese tipo de consejos, y más viniendo de quien venía, no tardé en bajármela (que conste que antes intenté ir al cine, pero por una coso u otra al final no pude) y en echarle un vistazo. Y el caso del asunto es que, aunque me gustó, ni de lejos me pareció la maravilla que me habían pintado no una, sino varias personas. Me parece, eso si, una película con mucho oficio y que intenta emular aquellas películas clásicas que todos tenemos en mente de los años 60 y 70, consiguiendo esto con bastante acierto. Las interpretaciones son todas ellas correctas (aunque personalmente reconozco que nunca he visto en Ricardo Darín ese gran actor que todo el mundo señala, mea culpa) y la historia en sí está bien hilvanada. Mezcla algo de thriller con historia puramente sentimental y sabe en todo momento nivelar ambas de forma que ninguna de las dos queda coja. Eso sí, la dirección me pareció tremendamente efectista, pero eso ya es impresión muy personal, sobre todo si partimos que las críticas que he leído y que la señalan todas como genial.

Pero el caso del asunto es que posiblemente la película no me gustó tanto como a mi amigo por una razón muy concreta. La peli acaba... bien. Tiene un final feliz. Resumiendo el asunto, podemos decir que el malo recibe su merecido y el chico se queda con la chica. Vamos como en el 90 % de pelis de la historia. Pero es que es un final tan... anticlimático respecto a lo que nos han contado en toda la cinta. Incluso toda la coherencia interna de la historia (que quitando un par de detalles, como el que para una ejecución no se de a los ejecutores ni una misera foto de la víctima) se derrumba en el tramo final como un castillo de naipes dejando en el espectador (por lo menos en este espectador) un regusto agridulce. Podía haber sido una gran peli de haber tenido 15 minutos menos de metraje. Con esos 15 minutos la historia en si queda coja, como si el director no hubiera tenido valor para presentarnos los hechos de la manera más realista posible. es sin duda una licencia concedida al espectador que le viene bastante mal, para que mentir.

Os preguntareis quizás a que viene esa problemática mía con que el final sea uno feliz. Al fin y al cabo, como he dicho antes, la mayoría de historias, sean del medio que sean, tienen finales felices. Eso es verdad. Pero, preguntaos una cosa... ¿qué historias han pasado a la historia? (parece un juego de palabras) ¿Qué relatos nos han conmovido y guardamos en nuestro recuerdo? ¿Que personajes tenemos como iconos universales? Siempre he pensado que la respuesta a las tres preguntas se reduce a una respuesta. Las tragedias. Y una tragedia, recordémoslo, debe acabar mal. Los finales felices no deben tener cabida en una tragedia si queremos de verdad que sea considerada como tal. Los personajes atormentados que se ven abocados a desenlaces fatales nos atraen, llaman la atención del imaginario popular de un modo tan poderoso como sorprendente.

Pero ¿por qué?. ¿estamos obsesionados con los finales desgraciados, con que nuestros heroes no alcancen sus metas, con que, en pocas palabras, acaben como el rosario de la aurora por alguna razón concreta? Siempre he pensado que la respuesta más sencilla y al mismo tiempo la más desesperante es la adecuada para estas cuestiones. Es muy sencillo. Nos vemos identificados. Y esa identificación deriva de una verdad universal. Y es esta.

En la vida real no hay finales felices.

Ya está. Ya lo he dicho. Os lo podéis tomar como las declaraciones de un derrotista o un pesimista. Podéis pensar para vosotros que tal cosa es mentira, que en realidad hay tantos finales felices como tristes en la vida, que todo depende del color con que se mire cada situación, que cada persona es un mundo... blablabla. Es normal esa actitud y todos en cierta medida la adoptamos de un modo u otro, ya que de otro modo nos sería imposible continuar o realizar la más mínima acción si tuvieramos en cuenta en serio dicha máxima. Pero la triste verdad es que en la vida real no hay finales felices, y eso es porque la vida continua, siempre continua, el único final auténtico es el fin de la misma vida y ese dudo mucho que ninguno pueda calificarlo de feliz en ninguna circunstancia, por "buena" que sea.

Solemos, por inercia, dividir nuestra vida en capítulos de forma que podamos darle cierto grado de finitud a nuestras acciones, que inconscientemente dirijamos nuestros pasos hacia un fin determinado y nos marcamos la felicidad como ese fin último realizado. Pero, aun en el caso de que consigamos ese objetivo, que ya de por si es raro, la vida sigue y la historia con ella, y antes o después llegaremos a un punto en el que nos daremos cuenta que todo el trabajo realizado ha servido de poco. Quizás por eso en el fondo la visión de los ancianos nos produce en cierta forma rechazo o miedo, ya que nos vemos reflejados en ellos y tendemos a ver a la ancianidad como el crepúsculo de una vida, como la privación de promesas de finales felices a las que que nosotros tan desesperados estamos por aferrarnos.

La mayoría de matrimonios se separan. Las relaciones de amistad se rompen o se diluyen con el tiempo, de una forma u otra. Necesitamos anclarnos artificialmente a un contexto temporal concreto para poder decir: "Aquello fue un final feliz para mi" "Aquello estuvo bien". La mera idea de la continuidad de nuestro vivir y aquello a lo que nos aboca nos resulta imposible de interiorizar plenamente, y por eso posiblemente es en historias de fuera, en historia imaginarias (sean en cine, literatura o cualquier otro medio) donde más fácil nos resulta aceptar tal cosa. Y por eso precisamente nos identificamos más con ellas, porque algo en nuestro interior nos dice sin asomo de duda que esa historia triste que acabamos de ver no es más que una metáfora de nuestra propia vida, tan solo que nuestra parte consciente prefiere no aceptarlo por mera cuestión de supervivencia y salud mental.

En la vida no hay finales felices. Y eso posiblemente sea lo que la hace tan aterradora y al mismo tiempo tan interesante y, en resumidas cuentas, que en el fondo todos tengamos tantas ganas de vivirla. Simplemente para comprobar si lo que intuimos es cierto en última instancia. Vosotros diréis si es así.

2 comentarios:

Shane 54 dijo...

Anakin muere tio.

Ese no no es un final feliz.

vcucho dijo...

Joe Tanque,cuando te pones te pones.
Pues la verdad es que el final feliz lo decides tú,si lo es o no lo es.
¿Por qué la muerte es triste?¿Y si lo que viene es el principio de algo mejor?.
Y es que con esos finales, nos identificamos todos,niños y mayores, siempre encontramos algo que es igual en nuestra vida, y es que para mi todas las vidas son muy parecidas.
No sé si me lo creo,pero llegar a viejo creo que es un final feliz, aunque no sé si creo o quiero creer eso.Porque ese trabajo hasta llegar a ella,puede ser excesivamente duro.
Y es que la vida es una polla, y hay algunos que se chupan una....